jueves, 5 de julio de 2018

El gran libro de mitología griega

El gran libro de mitología griega

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miércoles, 4 de julio de 2018

Creación del mundo según los nórdicos



Como principal representante de los gigantes, Ymir encabezó su bando en el inevitable enfrentamiento con Odín, Vili y Ve. La guerra fue larga y difícil, y no terminó hasta que éstos últimos lograron derribarle y matarle. Al desangrarse, el gigante ahogó a toda su familia excepto al más joven de entre ellos, Bergelmir (el vociferante rocoso), quien, nadando entre las olas de espesa sanguinolencia, logró ponerse a salvo, y, con él, a su mujer. De esta última pareja de gigantes descienden los ogros, trolls y orcos diversos que pueblan las montañas.
Para festejar su victoria, y para aprovechar los restos de Ymir en un universo donde no existe la basura porque nada se desprecia, Odín y sus hermanos se dedicaron a descuartizar, acuchillar y moldear los trozos del cadáver con objeto de crear la tierra. No es ésta, ni mucho menos, la única mitología que explica la construcción del mundo a partir del desmembramiento de un ser colosal. Sin embargo, resulta muy explícita al describir el proceso.

Creación de la Tierra
Con la carne de Ymir, los hijos de Bor crearon colinas, llanuras y estepas, así como las cuencas de los ríos, los mares y los lagos. Con su sangre, llenaron estas cuencas. Con sus dientes y sus huesos, fabricaron rocas y montañas. Con su pelo, los árboles y los arbustos.
Finalizadas las primeras tareas, se sorprendieron al ver surgir del interior de la tierra una raza nueva, la de los enanos, que según los antiguos escaldos se podría decir que nació por «generación espontánea», apareciendo sobre la faz del joven mundo «igual que los gusanos salen de dentro de los cadáveres corruptos». Odín y sus hermanos los utilizaron para proseguir su obra.


Muerte de Ymir


Creación del Cielo
Por ejemplo, hasta entonces no habían podido resolver el problema de cómo sujetar la cúpula del firmamento, que no era otra cosa que el cráneo de Ymir, pero con la llegada de los enanos escogieron a cuatro de ellos y apostaron a cada uno en sendas esquinas del mundo para sujetar la nueva bóveda celeste. En agradecimiento por su ayuda, recibieron los nombres de las cuatro direcciones: norte, sur, este y oeste (es interesante constatar que el enano del este se llamaba Austri, lo que nos remite inevitablemente a Austria, que, en alemán, se dice Ósterreich, o el Reino del Este. Para la comunidad germánica, Austria nunca fue un país diferente sino una parte de sí misma. Más tarde, Odín convenció a un gigante para que se apostara, transformado en águila, en una de estas esquinas y, batiendo sus alas, creara los vientos. Con las corrientes de aire se desparramaron los sesos de Ymir, que de esta forma se transformaron en las nubes.
A fin de iluminar el cielo, los dioses recogieron un puñado de cenizas y chispas provenientes de Muspellheim y las depositaron en lo más alto, donde se convirtieron en lo que luego los hombres llamaron estrellas. Pero no bastaba con ellas. Había que buscar una forma de iluminar mejor el mundo en construcción…

Creación del Día y la Noche
Los hijos de Bor se fijaron entonces en la bella hija de uno de los primeros gigantes. Se llamaba Noche y tenía la tez oscura y el cabello negro. Noche había disfrutado de tres amantes pero sólo llegó a parir un hijo del último de ellos, Delling (Albo), de rubio cabello y apariencia brillante. Este hijo, al que llamó Día, había salido a la rama paterna: hermoso y de melena dorada. Los dioses pensaron que nadie mejor que madre e hijo para alumbrar su creación y les ofrecieron el honor de regir cada jornada. Así, durante doce horas, Noche recorrería los cielos a bordo de su carro celeste, tirado por dos caballos al galope, y, durante otras doce, Día haría lo propio. Para los nórdicos, igual que para los célticos, el tiempo se contaba al revés de lo que hacemos en la actualidad: la noche precedía siempre al día. Y también de la misma forma que para ellos, el sol era una diosa femenina y la luna un dios masculino (aún hoy, en alemán, se traduce die Sonne, la Sol, y der Morid, el Luna…). Los nombres de los dos caballos que tiraban del carro solar fueron utilizados por numerosos humanos para bautizar a sus propias monturas: Aruakr (Madrugador) y Alsvinnr (Rapidísimo).

Repartición de la Tierra
Con los cimientos del mundo ya en pie, los hijos de Bor se dedicaron a repartir las tierras.

Para los Gigantes
Primero otorgaron Jotunheim (la tierra de los gigantes) a los descendientes del coloso primigenio para que se quedaran allí colonizándola y no los molestaran. A fin de asegurarse de que se quedaban encerrados en su especie de reserva india, los dioses dispusieron alrededor un impenetrable bosque de hierro así como unos anchos ríos que nunca se helaban y por tanto no podían ser cruzados.

Para Los Hombres
Luego cogieron las cejas de Ymir y con ellas construyeron una fortificación redonda, con unas murallas como acantilados, y la llamaron Midgardr (la tierra del medio). Más tarde destinarían este lugar para que fuera habitado por los hombres. Utgardr es el mundo de los demonios y los seres maléficos en general, el inframundo.


Midgard

Para los Muertos
No obstante, los muertos que no merecieron la eternidad junto a los dioses no van allí, sino a otra región específicamente concebida para ellos y que se extiende por debajo de Midgardr: al reino de Hel. Allí existe una isla llamada Naastrand (la playa de los cadáveres) y sobre ella se alza una gran cámara de tortura que siempre queda fuera del alcance de la luz solar, porque sus puertas dan al norte. A primera vista, sus muros y tejados parecen confeccionados con mimbre, pero cuando uno se acerca lo suficiente se percata de que en realidad son serpientes envenenadas cuyas mandíbulas rezuman veneno por los colmillos para quemar a los asesinos, los adúlteros, los que juraron en falso…, todos los miserables en vida que allí se amontonan para ser castigados. En la orilla de este siniestro lugar se construye un drakkar muy especial: Naifarer Nalfgar, con el cual las hordas del mal asaltarán Asgardr en la batalla del fin del mundo. Esta embarcación está confeccionada con un único material: las uñas de los muertos. Por este motivo los antiguos germano-escandinavos cortaban las mismas a sus difuntos antes de incinerar sus cadáveres. Un solo puente conduce a los infiernos de Hell: el Gjallarbru, cubierto de oro reluciente y custodiado por una virgen.

Para Los Dioses
La tierra más maravillosa de todas la guardan los dioses para sí mismos: es Asgardr, su residencia. Lo primero que construyeron allí fue Gladsheim (el hogar gozoso), del que se asegura que nunca se levantó un edificio más bello y refinado. En su interior había doce tronos, uno de ellos más alto que el resto, destinado a Odín como jefe de las divinidades. Luego construyeron Vingolf (suelo amistoso), un centro de reunión para las diosas. También instalaron un taller para practicar los trabajos manuales, pues éstos siempre fueron considerados honorables y útiles, entre otras cosas porque permitían fabricar las armas que necesitaban para luchar contra gigantes y monstruos. Allí trabajaron todo tipo de metales pero sobre todo el oro, con el que se hicieron todos sus utensilios. Los más materialistas dicen que ésa fue la razón por la que a esta primera época del mundo se la llamó la Edad de Oro, pero en realidad el oro físico servía más bien para simbolizar el oro espiritual del que disfrutaban en forma de dones como la inmortalidad, el amor o la alegría de vivir… En el centro de Asgardr se extendía la llanura de Idavale, adornada por sus colonias y valles, y por supuesto por los espléndidos palacios de cada uno de los dioses. Uno de los más conocidos era el de Bilskirnir (Rayo), el castillo de Thor.
Y para enlazar Asgardr, la tierra de los dioses, con Midgardr, la tierra de los hombres, se construyó Bifrost o Asbru (el camino tembloroso), el más hermoso de los puentes que nunca nadie pudo concebir. Los humanos lo conocen con el nombre de Arco Iris. Los dioses lo recorrían al galope a diario para ir a impartir justicia. Todos, menos Thor, que prefería ir corriendo, pues el trueno y el relámpago que acompañan a su carro hubiera quebrado la delicada estructura de Bifrost.


Asgard

Ruinas romanas y un descubrimiento ‘excepcional’ en Francia


Arqueólogos en el sitio en Sainte-Colombe, en donde fueron halladas residencias decoradas con mosaicos que datan de la era romana 


LONDRES — Arqueólogos han descubierto los restos bien conservados de un vecindario romano que fue destruido a principios del primer milenio después de Cristo, en lo que el Ministerio de Cultura de Francia llamó un “descubrimiento excepcional”.

El vecindario se encuentra cerca de Sainte-Colombe, un suburbio ubicado al otro lado del río Ródano desde la ciudad de Vienne. Esta es bien conocida por sus vestigios de la civilización romana; todavía sobreviven varias murallas viejas de la ciudad, al igual que los restos de un teatro y de varias carreteras.

Benjamin Clément, un arqueólogo de Archeodunum –empresa con oficinas en Suiza y Francia dedicada a evaluar sitios históricos que podrían verse amenazados por construcciones–, dijo que el descubrimiento “probablemente era el hallazgo más excepcional de la época romana en años”. Los trabajos en la zona comenzaron a principios de abril, pero se permitió que los reporteros visitaran la excavación por primera vez a principios de agosto.

El vecindario tenía tiendas dedicadas a la metalistería, tiendas de alimentos y otros productos artesanales; un almacén lleno de jarras para vino; dos casas, que probablemente fueron ocupadas por miembros de la nobleza y contienen mosaicos, y una red hidráulica que permitía la limpieza y el drenaje. El vecindario parecía estar construido alrededor de una plaza de mercado, aparentemente la más grande de su tipo que se haya descubierto en Francia.

El Ministerio de Cultura de Francia calificó este hallazgo como un “descubrimiento excepcional”.

El vecindario fue devastado dos veces por incendios, al inicio del siglo II y de nuevo a mitad del siglo III.

Paradójicamente, “los incendios permitieron la conservación de la arquitectura”, dijo Clément, que también trabaja en la Universidad de Lyon, en una entrevista telefónica. El fuego carbonizó las vigas de madera que se habían utilizado para delimitar espacios en los hogares y también coció los ladrillos que había entre las vigas, dijo. “Esto permitió la preservación de la arquitectura como si estuviera hecha de piedra”, explicó.

Los incendios fijaron así en su lugar gran parte de la arquitectura del vecindario, incluyendo hasta los artefactos que dejaron los residentes al huir de las llamas, “por lo que el sector se transformó en una ‘pequeña Pompeya’ de Vienne”, según Archeodunum.

La excavación comenzó el 3 de abril como parte de los preparativos para la construcción de un complejo de viviendas en un área que cubre unos 5500 metros cuadrados. Debido a la importancia del hallazgo, se extendió el trabajo arqueológico; originalmente, duraría seis meses pero ahora se realizará hasta finales de este año.

Un equipo de quince arqueólogos y cinco practicantes han estado trabajando en el sitio, dijo Clément.


La excavación comenzó en abril; originalmente, duraría seis meses pero el permiso fue extendido hasta diciembre de este año. 


Algunos materiales —como puertas, bisagras e incluso la cabeza de un hacha— estaban hechos de hierro, que fue oxidado por los incendios, lo cual evitó la corrosión habitual, dijo Clément. Comparó el hallazgo con “una fotografía instantánea de la vida a principios del siglo II y a mediados del siglo III”.

Se construyó un gran complejo público, quizá una escuela de filosofía, después del segundo incendio. Se encontraron algunos mosaicos del edificio bien conservados, incluyendo uno de un medallón central con la figura de Talía, la musa de la comedia, y Pan, la deidad bacanal.

Otra parte del complejo incluye un templo que evidentemente contenía un altar, dedicado a un dios desconocido. Los trabajadores descubrieron en las ruinas del templo una medalla de bronce acuñada en el año 191 y otorgada por Cómodo, el emperador de la época, a quien Joaquin Phoenix interpretó en la película Gladiador, que quizá haya pertenecido a alguno de los sacerdotes del templo.

El complejo ya había sido abandonado para cuando llegó el siglo IV y en gran medida permaneció en la oscuridad. Una necrópolis de la Edad Media, donde se realizaron cerca de 40 entierros, es el último rastro de un asentamiento humano regular en el sitio, de acuerdo con Archaeodunum.

martes, 3 de julio de 2018

Un hallazgo arqueológico en el Monte de Zeus podría corroborar una siniestra leyenda griega

Los arqueólogos descubrieron los restos de un adolescente de hace 3.000 años que relacionan con la oscura leyenda que rodea a 'la montaña de los lobos'.



Durante una excavación en el monte Liceo, o 'montaña de los lobos', donde según la tradición local nació y vivió Zeus, los arqueológicos griegos hallaron el esqueleto de un adolescente de hace 3.000 años, según el Ministerio de Cultura de Grecia, informa la revista 'Greek Reporter', 

Se cree que en la cumbre del monte Liceo, a 1.400 metros, existía un antiguo altar donde se sacrificaban cabras y ovejas al dios del Olimpo entre el siglo XVI antes de Cristo y el periodo helenístico. 

Según los arqueólogos, aún es muy temprano para especular sobre la causa de la muerte del adolescente. Sin embargo, se trata de un hallazgo notable que podría corroborar una de las leyendas más trágicas de Grecia, según la cual un niño era sacrificado con animales y toda la carne era cocinada junta para luego ser servida, convirtiéndose en lobo durante nueve años quien comía la parte humana.



"Quien ha probado entrañas humanas mezcladas con las de otras víctimas, necesariamente se convierte en lobo", escribió Platón en 'La República'.

"Varias fuentes literarias de la antigüedad mencionan rumores sobre la realización de sacrificios humanos en el altar, pero hasta hace unas semanas no había rastro alguno de huesos humanos en el lugar", comenta David Gilman Romano, profesor de arquelogía griega en la Universidad de Arizona. "Se trate de un sacrificio o no, este es un altar de sacrificios... así que no es un lugar donde enterrarían a una persona. No es un cementerio", añade.

Las excavaciones en el lugar continuarán hasta el año 2020 en el marco de un plan de cooperación griego-estadounidense bajo los auspicios del Ministerio de Cultura de Grecia y la Escuela Americana de Estudios Clásicos.


Hallazgos prehistóricos en Irlanda

Arqueólogos encuentran en una cueva de Irlanda un martillo de asta prehistórico y un esqueleto de un adolescente datado entre los siglos XVI y XVII.

Un grupo de espeleólogos han hecho un gran descubrimiento en la cueva Burren, en la pequeña montaña Moneen en Ballyvaughan, una pequeña villa situada en Country Clare, Irlanda, el pasado mes de junio al encontrar un cráneo y un martillo de asta prehistórico en el lugar.

La arqueóloga encargada de rescatar esos objetos, ha anunciado que el martillo probablemente sea prehistórico, en tanto que el descubrimiento del esqueleto ha sido conmovedor pues sería de un adolescente que estaría buscando refugio en la cueva.

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En el caso del esqueleto, la datación por Carbono 14 ha encontrado que pertenecerían a un adolescente de los siglos XVI o XVII.

Los resultados fueron presentados ayer por la Dra. Dowd, quien expresó que “el descubrimiento del fabuloso martillo de asta es muy emocionante. No puedo encontrar algún paralelismo con otros hallazgos de la arqueología irlandesa”. “Es muy probable que sea prehistórico, pero las pruebas aún no se han completado para poder determinar la fecha exacta”.

En su presentación, la Dra. Explicó que la cueva fue utilizada en la Edad del Bronce, hace 3.000 años atrás, y nuevamente fue empleada al final de la Edad Media.

Sobre el martillo de asta, sólo pudo confirmarse que fue realizado con los cuernos de un ciervo rojo de unos 6 años y medio de edad, en tanto que del esqueleto aún están esperando las pruebas de ADN para determinar el sexo del adolescente, aunque por los huesos pueden decir que se debe datar hace entre 350 y 500 años de antigüedad.

lunes, 2 de julio de 2018

El Olimpo de los griegos y de los romanos

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La mitología griega, el gran conjunto de mitos y leyendas que la Antigüedad clásica elaboró con fantasía narrativa casi semejante a la piedad religiosa, no se aparta demasiado, en su núcleo esencial y más antiguo, de las creencias religiosas comunes a los pueblos indoeuropeos, es decir, a los más antiguos habitantes de Asia y de Europa. En su forma más próxima a los orígenes, la conocemos a través de las obras de Homero y de Hesíodo; pero lo que estos autores nos ofrecen es ya el resultado de una larga evolución, de una fusión de los mitos y creencias que eran, en parte, patrimonio de los pueblos que en el transcurso del milenio n a. de J.C. descendieron del norte y se establecieron en las regiones meridionales de la península balcánica. También en parte se remontaban a la civilización cretense que dominaba el mar Egeo y con la cual los invasores griegos estuvieron en contacto.

No vamos a extendemos en un tratado sobre la formación de los mitos, pero podemos, no obstante, señalar en determinados elementos fundamentales la prueba de un origen común y de una identidad sustancial entre las diversas religiones indoeuropeas, de las cuales la religión griega clásica —recogida después por el mundo latino— es el capítulo más complejo y fantástico.

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En todas las religiones de dicho tronco tienen excepcional importancia dos divinidades —una masculina y una femenina— de las cuales depende todo lo creado. En muchos lugares y en diversos períodos, la divinidad femenina impone una notable supremacía sobre la masculina. En cambio, entre otros pueblos y en otras circunstancias históricas, el orden de importancia es inverso. Esto no carece de significado y sin duda se relaciona estrechamente con dos fases sucesivas de la evolución humana. En la primera existe una total dependencia del hombre respecto a los frutos espontáneos de la tierra, y de ahí el mito de la Gran Madre Tierra, con su principal atributo benéfico, que es la fecundidad. En la segunda, el hombre, a través del descubrimiento de la técnica agrícola, llega a dominar la tierra, a doblegarla a su voluntad, y le exige los frutos necesarios, con lo cual depende esencialmente de la evolución regular de los fenómenos meteorológicos, y de ahí el mito del Padre Cielo, señor de la lluvia y de los rayos, árbitro, como lo había sido la Tierra anteriormente, de la vida y del bienestar del hombre.

Zeus y Rea —tales son los nombres que las dos divinidades originarias asumen en la mitología clásica— no fueron, por lo tanto, invención de los griegos. Nacieron de la fusión entre las correspondientes personalidades conocidas de los pueblos que invadieron Grecia en el milenio n y las divinidades existentes en la más evolucionada religión cretense, en la cual, por ejemplo, la Gran Madre Tierra era conocida con los nombres de Dictinna, Aria, etc., y con el apelativo de «diosa de las serpientes», y en la que Zeus, es decir, la divinidad correspondiente a él, asumía el nombre de Asterio y el sobrenombre de «señor de los leones».

Con la evolución de la civilización griega, sus divinidades originarias perdieron en parte su importancia y su significado: a medida que el hombre extendía el campo de su actividad y adquiría conciencia de sí mismo, de su trabajo y de su lugar en la naturaleza, Zeus y Rea se alejaron de sus antiguas funciones y se rodearon de dioses y de diosas que respondían a las nuevas actividades del hombre y tutelaban sus nuevas exigencias materiales y espirituales.

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Pero estos dioses, creados más por la fantasía del hombre que nacidos de una desesperada necesidad de las exigencias fundamentales de la vida, no tenían ya aquel misterioso carácter trascendente y sobrehumano: fueron adquiriendo rasgos más modestos y cotidianos. Llamados a tutelar al hombre, no en sus necesidades fundamentales, sino en sus pequeños y circunstanciales menesteres cotidianos (desde la navegación al comercio), asumieron rápidamente características humanas y aparecieron tal como son: hechos por el hombre a su imagen y semejanza. De los hombres adquirieron los vicios y las virtudes, participaron de las vicisitudes humanas y se distinguieron de los mortales comunes sólo por su indestructibilidad y por una mayor «intensidad» en su propensión al bien y al mal. También la fantasía de los griegos ofreció a los dioses una sede geográficamente muy precisa: la cumbre del monte más alto de Grecia, el monte Olimpo, en Tesalia.

Pero esta tendencia de la religión griega a concebir el mundo de los dioses semejante al del hombre (fenómeno que se define con el término de antropomorfismo) no satisfacía del todo la necesidad moral de creer en un ser verdaderamente omnipotente y sobrehumano, y los griegos, reducidos sus dioses a dimensiones casi humanas, inventaron, por encima de ellos —y casi podríamos decir que al margen de su confusión—, el Hado, entidad sin figura, ésta sí verdaderamente misteriosa, omnipresente, más fuerte que los hombres y los dioses, a la cual todos deben obedecer inevitablemente, puesto que, en último caso, ella sola es principio y motor de todas las cosas, el dios omnipotente ante quien el hombre griego sólo puede inclinarse, tal como sus lejanos antepasados solían hacer ante la Gran Madre Tierra o el Padre Cielo.

Al principio de los tiempos se formaron, sin que nadie las crease, dos entidades naturales: Caos y Gea. Caos era una masa informe de materia, Gea era la Tierra. Hay que tener en cuenta que no eran divinidades, sino simplemente formas inanimadas; no obstante, se derivaron de ellas, es decir, adquirieron existencia dos estirpes de seres divinos inmutables y eternos.

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De Caos provienen todas aquellas fuerzas que son incomprensibles, oscuras y pavorosas: la Ultratumba, la Noche, la Muerte, el Sueño, los Sueños, la Angustia y el Sufrimiento, las divinidades del destino como las Moiras y las Parcas, el Engaño, la Discordia…

De Gea, por el contrario, proceden las estirpes de las divinidades que representan todo lo que es claro y manifiesto, no necesariamente bueno o bello y muchas veces incluso atroz y monstruoso, pero que pertenece a la esfera de lo cierto.

Primeramente se destacan Urano, el cielo, y Océano, el mar, que circunda la Tierra. Urano fue el primer dios que reinó sobre el universo, y, uniéndose con Gea, procreó estirpes monstruosas: los gigantes hecatonquiros, de los cien brazos, los cíclopes con un solo ojo en la frente y los titanes, poderosos y feroces. Entre estos seres terroríficos había siempre luchas terribles (y ésta puede ser la representación mítica de los cataclismos que trastornaron la tierra hace muchos milenios), hasta que Urano, en un intento de poner orden en el universo, encadenó a los cíclopes y a los gigantes de las cien manos sumergiéndolos en el Tártaro, oscuro lugar de castigo.

Fue entonces cuando otro hijo de Urano, Cronos (a quien los latinos llamarían posteriormente Saturno), atacó al padre, lo mutiló después de haberlo vencido y lo encadenó.

Desde aquel momento Cronos reinó en el lugar del padre y fue el segundo soberano del universo.

Pero el Hado había establecido que, al igual que Cronos había encadenado al padre, un hijo suyo debía encadenarlo a él. Cronos, habiéndolo sabido y deseando impedir a toda costa el cumplimiento del destino, decidió devorar a todos sus hijos, a medida que fueran naciendo. Así desaparecieron en sus fauces Deméter (a quien los romanos denominaron Ceres), Hera (Juno), Hades (Plutón) y Poseidón (Neptuno). Pero Rea, que era la esposa de Cronos, cuando dio a luz un hijo hermosísimo, no tuvo el valor de ver cómo el monstruoso consorte lo devoraba. Tomó una piedra, la envolvió con los pañales y se la dio a comer a Cronos como si fuera el hijo recién nacido. El ardid surtió efecto. Cronos no advirtió el engaño. La diosa tomó en sus brazos a la criatura y se la llevó al monte Ida, en la isla de Creta. Esta criatura era Zeus, el sumo dios, el futuro rey del Olimpo.

De esta manera Zeus fue criado por los coribantes, un colegio de sacerdotes, quienes disimulaban el llanto del pequeño dios con estrépito de tambores y choques de escudos, a fin de que no llegara a los oídos del implacable Cronos. El destino se estaba realizando. Apenas hubo crecido, y ya en posesión de todo su poder, Zeus se enfrentó con su padre y, después de haberle hecho vomitar a sus hermanos, lo desterró del cielo.


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Desde aquel momento reinó sobre el universo y fue el tercer rey de los dioses. Con el advenimiento del reino de Zeus terminó la fase que los griegos creadores de mitos definieron como la edad de los dioses «antiguos», y se inició la de los dioses «nuevos».

Zeus había conseguido la soberanía y, de la misma manera que un rey organiza su Estado, él organizó el universo como mejor le pareció: apartó o encarceló en el Tártaro a los dioses antiguos que durante su lucha contra Cronos habían ayudado a éste, y reunió a los demás en su corte celestial. Para reforzar su posición desposó a las grandes potencias mediante las cuales se rige la suerte del universo: Metis, la Mente, para llegar a ser sabio; Temis, la Justicia, para conseguir ser justo; Mnemosina, la Memoria, para no olvidar ninguna de las tareas que le concernían… Se unió también a Leto, Deméter, Hera y Maya, y de todas ellas tuvo hijos divinos: Atenea (la Minerva de los romanos), Febo (Apolo), Artemisa (Diana), Perséfone (Proserpina), Hermes (Mercurio), Ares (Marte), Hefesto (Vulcano), las gracias, las musas e infinidad de divinidades menores. El cielo, la tierra, el agua e incluso las profundidades de la Tierra se poblaron de dioses. Poco a poco, de generación en generación, se convirtieron en millares, y a cada uno de ellos Zeus le atribuyó una tarea particular que llevar a cabo, una porción de poder que ejercer.

Lo primero que hizo fue dividir el universo en tres grandes reinos. Reservó para sí el del cielo y de la tierra, y los otros dos, el del mar y el de ultratumba, los confió a sus dos hermanos Poseidón y Hades.

El reino del mar le correspondió a Poseidón (Neptuno). La mitología lo representa con barba y de gigantesca estatura, armado con el poderoso tridente con el cual puede provocar las tempestades y aplacarlas. Habita en las profundidades de los abismos marinos, pero a veces emerge y recorre la superficie del agua en su carro arrastrado por delfines y acompañado por el cortejo de las nereidas y de los tritones. Poseidón es a veces terrible, y a veces benigno, voluble e inconstante, al igual que el mar que representa. Sin embargo, entre un pueblo de navegantes como el de los griegos, su culto no podía dejar de ser difundido y estimado. El caballo era sagrado para él y, según la leyenda, el mismo Poseidón había dado a los hombres este utilísimo animal.

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Al otro hermano de Zeus, Hades (es decir, Plutón), le tocó en suerte el reino de los muertos. Hades es un nombre que en griego significa «lo que no se ve», y, en efecto, esta deidad severa y solitaria salía raras veces de las profundidades de la tierra. Sus relaciones con los demás dioses eran escasas y los hombres temblaban pensando en el momento en que, inevitablemente, tendrían que hallarse en su presencia, a los pies de su trono. Por esta razón los templos en su honor no abundaron en Grecia ni en Roma, y casi siempre fueron dedicados, más que a él, a su esposa, la hermosa y desdichada Proserpina; quizá para recordar el mito de su unión, uno de los más poéticos y significativos de la Antigüedad.

Zeus, Poseidón y Hades eran, por tanto, los dioses más poderosos, pero también los otros fueron importantísimos, y debemos decir algo acerca de ellos. De entre todas las mujeres y diosas que desposó Zeus, la que encontramos a su lado más a menudo es Hera (Juno). No se trata de una divinidad bien definida y parece ser que su papel principal en la mitología fue el de representar a la «mujer» tradicional, con todas las virtudes y defectos que tal condición comporta. Las discusiones entre los cónyuges eran, por lo general, diarias, sus puntos de vista resultaban casi siempre opuestos y si Zeus, para imponerse, usaba de su autoridad, Hera tenía a su disposición armas más sutiles pero igualmente poderosas: el engaño y la astucia.

Hera fue la reina del Olimpo, pero la diosa más importante (si no por otra razón, al menos por el culto que tuvo en Grecia como protectora de Atenas) era Palas Atenea (Minerva). Salida un día de la cabeza de Zeus, se convirtió en la diosa de la prudencia y de la sabiduría. El mito la representa como una diosa guerrera, armada con yelmo, coraza y escudo, lo cual significa que la sabiduría, para ser útil, debe actuar en el mundo y estar perpetuamente en lucha con la ignorancia. Se le consagró el olivo, la planta más difundida del Ática, y además un ave, la cual, como la ciencia, ve a través de las tinieblas: la lechuza.

La hermosísima y luminosa diosa del amor es Afrodita (Venus). La leyenda la hace nacer, en una mañana de primavera, de la espuma del mar cerca de la isla de Citera. Su poder era inmenso: podía ofuscar la mente de los dioses y de los hombres, para lo cual le bastaba sencillamente encender en sus corazones el fuego del amor. Por el gusto que siempre tuvieron los griegos por los contrastes, asignaron como esposos de la bella Afrodita a dos dioses, uno rudo y torpe, y el otro poderoso pero despreciable.

El primero se llama Hefesto (Vulcano), y es el dios del fuego. Pasaba su vida en las cavernas de los volcanes, en su fragua, donde, ayudado por los gigantescos cíclopes, fundía y trabajaba los metales. Fue él quien forjó el terrible rayo, el arma de Zeus, y quien, con la habilidad del más refinado orfebre, fabricó y adornó el escudo del héroe Aquiles.

El otro consorte de Afrodita es Ares (Marte), dios de la guerra. Poco celebrado por los griegos, que fueron un pueblo fundamentalmente pacífico, tuvo honores y templos en el belicoso mundo romano. De cuerpo atlético siempre cubierto de armas, este dios truculento y feroz dominó los sangrientos campos de batalla, donde, sin descanso, inducía a los hombres a cometer estragos.

Apolo (Febo) es el apasionado y esplendoroso dios solar: a través del cielo conducía el encendido carro del Sol, que emana luz y calor por el universo. Ayudado por las nueve diosas hermanas, las musas, fue también el inspirador de los poetas y los músicos. Como dios de todo lo que es perfecta y armónicamente bello, Apolo fue uno de los dioses más venerados en Grecia: su culto estaba muy difundido por todas partes, pero el centro se hallaba en la pequeña ciudad de Delfos, donde, en un santuario consagrado a él, sus sacerdotisas podían revelar los misterios del futuro.

Apolo es el dios del Sol. Su hermana Artemisa (Diana) es la diosa de la Luna y también de la caza.

Dios amado por los dioses y amigo de los hombres fue Hermes (Mercurio), hijo de Zeus y de Maya. Astuto y arrojado como pocos, no se sabe con certeza de qué era dios. Lo veneraban los pastores, los médicos, los abogados e incluso los ladrones. Un mito nos cuenta que robó un rebaño en perjuicio de Apolo; otro lo presenta como el inventor del más difundido de los instrumentos musicales griegos: la lira; pero también se dice de él que había dado a los hombres los dones de la elocuencia y de la ciencia médica. Además, el calzado alado de que estaba dotado hacía de él un veloz mensajero de los dioses.

Con Hermes hemos terminado la lista de los principales dioses del Olimpo. En los mitos que relataremos habremos de considerar también algunas de sus gestas. Se tratará de acciones buenas o malas, justas o injustas, incluso graciosas y grotescas, pero no olvidemos, al leerlas, que detrás de estas leyendas hay una intención, burda o ingeniosa, de explicar fenómenos que la ciencia de entonces no sabía interpretar.